Santiago Posada y el padre Marcelino Martín, hermano mayor de la Cofradía y capellán respectivamente, les esperaban a la puerta del Nazareno. Gracias a ambos por su colaboración. El grupo accede al templo, lleno de curiosos del barrio, de medios de comunicación, y de historiadores y expertos gaditanos y se sienta en los bancos. Al poco entra el celebrante revestido de casulla celeste con brocados. Todos en pie. El vicario canta las estrofas sagradas a medias con Shushan, una impresionante voz femenina que me sobrecoge y casi me hace llorar. Todo se junta. La capilla, la Cofradía, el sacerdote católico Marcelino que observa, el padre Sasoom con su barba y ademanes al modo ortodoxo, y el Nazareno, en su mismo altar desde hace quinientos años. No entiendo la misa en armenio, pero intuyo las partes de la celebración y puedo seguir el Evangelio. El padre lee con expresividad: “Tomás, hasta que no has visto no has creido”; dichosos los que creen sin ver. Yo creí en aquel momento.
Comienza la homilía, sigo sin entender, pero Theodoro –vive en Puente Genil y va a la Universidad- me va traduciendo casi cada frase del sacerdote: “ha dicho que tenemos que ser buenos unos con otros, que tenemos que mirar por nuestra alma, que tenemos que seguir el ejemplo de Jesucristo…”. Sasoom se siente tan a gusto con su gente que no tiene prisa. Más tarde, en un momento de la ceremonia, todos los asistentes acuden a recibir su bendición. Entre el público, tres hermosas mujeres con hermosos velos. Sigue la cantante excepcional. El retablo se me clava en el corazón y la lengua armenia también.
Llega el momento de la Comunión. El padre Marcelino sirve de ayudante. Es una comida común, compartida hasta el espíritu. Las mujeres de los velos hermosos miran emocionadas. El padre armenio extiende una capa de brocados sobre las cabezas de los niños y sus padres, a modo de protección. Yo también estuve allí. Dos niños pequeños encienden las velas. Todos escuchan. Fuera, ha venido gente para hablar con los armenios, pero no para preguntarles, sino para informarles. Aquí se ha estado investigando su historia, incluso su gastronomía. Y ellos acaban de saberlo hoy.
No se vayan por favor; un historiador experto en los azulejos les hablará. Es Lorenzo Alonso de la Sierra, quien en el púlpito prepara su texto. Lleva muchos datos, pero empieza a ver las caras de admiración, de emoción, y altera el contenido. Les cuenta cómo llegaron, cómo donaron estas joyas a la cofradía, tres hermanos armenios que tal vez estén enterrados bajos sus pies. Lorenzo recibe las sensaciones del público ansioso. Ver las inscripciones armenias sobre la pared es muy fuerte. Ser miembros de la Cofradía salvó a estos armenios del siglo XVII de ser expulsados de España.
Finaliza el acto con múltiples fotos de todos, con agradecimientos, con las palabras de una joven que confiesa no haber tenido una experiencia religiosa hasta hoy y lleva ocho años en España. Cádiz es su Armenia, se sienten en su casa. La Cofradía subraya la importancia de esta visita. Los armenios deberían ser cofrades gaditanos, salir en la madrugada con el Nazareno, porque aquí tienen su prólogo. Es bueno encontrar principios para un pueblo tan castigado, tan desterrado. Fueron gaditanos sin dejar de ser armenios. Y además, fueron generosos.
Armenios y gaditanos nos hemos redescubierto, trescientos cincuenta años después. Unos encontraron su razón española; los otros, la sinrazón de la intolerancia a los extranjeros.
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