Hace poco más de sesenta años en la calle El Salvador al 4600 funcionaba un edificio de dos plantas: abajo, la imprenta y redacción del Diario ARMENIA; arriba, un salón de actos. En algún rincón de la institución -hoy ubicada en Armenia 1366- se dictaban clases del idioma que, de la mano de la música, el arte culinario y la religión, trazaría la continuidad de una identidad en tierras ajenas. Así, refugiados que habían llegado a la Argentina escapando del Genocidio a manos de los turcos escribían su historia en la zona de Palermo; entre ellos, Yervant Abadjian se destacó.
Con su obsesión por la literatura armenia compensó los años de escuela secundaria que nunca hizo. Desde pequeño lo inquietaba escuchar gente que intercalara su idioma natal con palabras en turco o castellano y se preguntaba si ello sucedía por la inexistencia de esos términos en armenio. Pronto descubrió que lo hacían por ignorancia, consecuencia muchas veces inherente a la inmigración. Obstinado, el primer libro que se compró fue un diccionario armenio-español, pero nunca se imaginó de guardapolvo blanco garabateando el alfabeto en un pizarrón.
“A veces por pensar en armenio me olvido el castellano”, se sorprende Yervant, quien, como desde hace tres décadas, el último sábado de abril da inicio a las clases de armenio en la Asociación Cultural Armenia. Jubilado, pero todavía comerciante activo de artículos de mercería, los fines de semana le hace un lugar a su pasión –“es una obsesión”, asegura su mujer, Rosa-. “Está calculado que el idioma armenio tiene 50 mil términos y hasta el día de hoy sigo aprendiendo”, dice orgulloso mientras señala el pilón de diccionarios que acumula al pie de una biblioteca saturada. “Nos mudamos al lado porque acá ya no entramos”, comenta Rosa y Yervant se ríe. Títulos de lomos gastados se cuelan en cada rincón de la casa: arriba del televisor, en una silla, debajo de un ropero. “Y estas son las lecturas que preparo para las clases”, dice indicando unos textos mecanografiados por él mismo en armenio con su correspondiente traducción en español.
La campaña iniciada junto a algunos miembros de la UJA fue un ejemplo contundente de su amor por los libros, en especial por los originarios de su madre patria: “Uno de los que más me ayudó fue Dikrán Mezmorukian. En los ´60 formamos una biblioteca de 700 libros armenios. Se hizo una inauguración con orquesta de jazz y todo. Rebozaba de gente. Fue impresionante. Después, se trasladó al antiguo Agump donde se juntaron más libros, y luego terminó en la Asociación Cultural Armenia. Ahora debe haber alrededor de 20 mil títulos. Lástima que está desactualizada y es una de mis grandes preocupaciones recuperarla”.
Yervant se acomoda y hace memoria: “Cuando entré a UJA, a los 17 años, las clases de armenio eran gratuitas y los profesores no cobraban. A raíz de eso había mucha deserción por parte de los que enseñaban el idioma, hasta que vino Adriné Kazandjian, una señora que había llegado de Francia que estaba en la Comisión de Damas de HOM”, recuerda Yervant. Por ese entonces, él sólo se dedicaba a servir café y asistir a Adriné hasta que -homenaje mediante- le llegó la hora de retirarse. “En el mejor momento habíamos tenido 110 alumnos y cinco maestras”, añora. Poco después del fallecimiento de quien había resucitado la enseñanza de su idioma nativo, había que continuar con el mandato. Ya instalados en el edificio actual, y desde la entidad Hamazkaín -encargada del área cultural en la Asociación-, Yervant propuso implementar un sistema arancelado que elevó el nivel y la continuidad de los docentes. “Sin embargo, veía la falta de preparación de las maestras respecto del idioma, entonces empecé a estudiar, a investigar yo. No fue fácil, porque no era mi carrera, pero me preparé leyendo mucho, comparando una gramática con otra ¡y diccionarios a rolete!”.
“Hoy no tenemos un plantel de maestras especializadas en armenio porque acá no hay un liceo, un lugar donde se pueda enseñar en profundidad el idioma. Entonces, las chicas que salen a medio saber, saben un poco más que los que no saben nada…”, opina y comenta que este año habrá dos profesoras nuevas, una proveniente de Armenia. “El problema es que ellos (los armenios de Armenia) tienen palabras que allá se usan y aquí no, y viceversa. Pero no hay tanto drama porque la base, la raíz del idioma, es la misma”, sostiene.
Los cursos se dividen en cuatro niveles: el primer año para principiantes se basa en el aprendizaje del abecedario, gramática básica y conversación. En el resto de los niveles se incorpora la lectura. “Tienen que aprender a leer, escribir, hablar y traducir; en especial a hablar. Un chico de dos o tres años no fue a la escuela, pero habla porque el idioma es como la música: entra por el oído. Lamentablemente, en este momento, el armenio no se habla en los hogares, entonces salen de la clase y no tienen con quién practicarlo”.
“Quien sabe inglés –incentiva- va a tener más facilidad para aprenderlo porque tienen muchas similitudes. Por ejemplo, el adjetivo se antepone al sustantivo, no hay géneros, no existen los problemas de la acentuación como con el castellano”, garantiza quien hasta el año pasado daba clases a los estudiantes avanzados pero este ciclo se dedicará nuevamente a los principiantes.
Entrevistó Luciana Aghazarian
Fuente: diarioarmenia
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